De la oración se pueden repetir las palabras que la Sagrada Escritura dice acerca de la sabiduría: “Todos los demás bienes me vinieron junto con ella”. La oración es el canal por el cual se nos envían todas las ayudas que recibimos del cielo. Es la espada que Dios ha puesto en nuestras manos para que combatamos a los enemigos de nuestra salvación y los derrotemos.
La oración tiene sus condiciones. Orar es hablar con un Dios que nos ama y nos escucha con infinita bondad y con gran interés por ayudarnos y defendernos. Pero al orar hay que tener cuidado de cumplir ciertas condiciones para que la oración le agrade a Nuestro Señor. Los santos dicen que al orar debemos hacer cuatro acciones: adorar, dar gracias, pedir perdón y suplicar favores. Puede existir un peligro: que sólo oremos para pedir favores y se nos olvide adorar, dar gracias al buen Dios y suplicarle perdón por las ofensas que le hemos hecho. Cuando se va a pedir un favor a alguien es muy importante ganarnos la amistad y buena voluntad de quien va a conceder ese favor. ¿Lo hacemos así con Dios? ¿Le pedimos excusas por las ofensas que le hemos hecho? ¿Le agradecemos tantos favores que nos ha concedido? ¿Le decimos muchas veces que lo amamos? ¿O solamente pedimos, pedimos, y nada más?
Al pedir conviene que lo que se pide agrade al dador. Decía un santo que el cielo debe cansarse al oír que algunos sólo piden bienes materiales para esta tierra, se les olvida pedir la conversión, la salvación del alma, el crecer en santidad y el conseguir la vida eterna. Esas sí son cosas que en verdad agradan muchísimo a Nuestro Señor y las concede con inmenso gusto. ¿Es eso lo que más pedimos? No se nos olvide que de las siete peticiones del Padrenuestro, sólo una es material. Las otras seis son espirituales.
Ventajas de la oración.
Una de las mayores cualidades que Dios nos ha concedido a algunos de nosotros es que nos guste orar. Porque la oración nos ayudará a cruzar sin fracasar, los traicioneros lugares donde se encuentra la tentación. Por la mañana la oración es la llave que nos abre los tesoros de Dios y por la noche es el manto que nos coloca bajo su Divina Protección. Los milagros más maravillosos y los cambios más portentosos han sido preparados por muchas oraciones. En algunos apostolados lo que falla es que se dedica mucho tiempo a hacer planes y poco tiempo a hacer oración. Así el apostolado se vuelve estéril. Toda persona fervorosa debe dedicar el diez por ciento de su día a la oración.
Condiciones para que la Oración sea respondida
Para que la oración tenga efecto es necesario que la hagamos con mucha confianza en el poder y la bondad de Nuestro Señor. Dice san Pablo: “Dios tiene poder y bondad para darnos mucho más de lo que nos atrevemos a pedir o a desear” (Ef 3, 20).
Podemos estar seguros de que si le pedimos con la fe y sin cansarnos, no nos negará las ayudas que necesitamos en lo material y en lo espiritual. El santo profeta repetía: “¿Saben a quiénes prefiere el Señor? A los que confían en su misericordia”. Tratemos de pertenecer a ese número de los preferidos de Dios. Cuanto más confiemos en Él, más seremos ayudados por su bondad y por su infinito poder.
Otra condición. Para que nuestra oración sea respondida favorablemente por el Creador es necesario que nuestro deseo sea el que se cumpla la Voluntad de Dios, lo que Dios quiere, y no nuestra voluntad o los propios caprichos. Porque nuestra propia voluntad puede estar equivocada y nos puede hacer pedir cosas que no nos convienen, y en cambio la Voluntad Divina jamás se equivoca y lo que quiere para nosotros es lo que más nos conviene. Por eso digámosle a nuestro Señor de vez en cuando que si lo que le pedimos no va a servir para nuestro mayor bien, por favor no nos lo vaya a conceder. Aun en las virtudes y en el progreso espiritual, que si son bienes que nos aprovechan siempre y muchísimo, pidamos todo esto al Señor, pero no por darnos el gusto de ser más buenos y más estimados, sino para agradarle más a Él y cumplir mejor su santísima Voluntad.
OBRAR DE MANERA QUE MEREZCAMOS LO QUE PEDIMOS
Los especialistas en oración recomiendan que para obrar con mayor seguridad lo que pedimos al cielo al orar, conviene muchísimo que tratemos de obrar de tal manera que con nuestro buen comportamiento nos ganemos la simpatía de Dios Santo a quien pedimos esos favores. Es lo que hacen los hijos cuando tratan de que su padre les conceda algún favor muy especial que desean conseguir: entonces tratan de comportarse de tal manera bien, que el papá muy agradado por su buen comportamiento esté más inclinado a concederles lo que piden.
Desafortunadamente muchas veces nosotros hacemos lo contrario: pedimos a Dios algún favor o gracia que necesitamos o deseamos, pero mientras tanto nos
seguimos comportando de tal manera mal, que en vez de ganarnos la simpatía divina lo que estamos consiguiendo es aborrecimiento y antipatía por nuestro mal proceder. Y se cumple entonces aquello que decía una gran mística: “Con Dios, alas buenas, conseguimos todo lo que deseamos y mucho más. Pero a las malas, no conseguimos sino fracasos”.
Antes de pedir, agradecer. Es sumamente conveniente que antes de pedir favores de Nuestro Señor le demos gracias por tantas bondades que ha tenido hasta ahora por nosotros. Es que el recordar con reconocimiento los favores que se han recibido, es señal de que se tiene un corazón noble y agradecido. Por eso no dejemos pasar ningún día sin dar gracias a Dios por algunos favores determinados que nos ha concedido. Así cumplimos el mandato del Libro Santo: “Hay que ser siempre agradecido. Demos gracias a Dios en todo, que ésta es su santa voluntad” (1Ts 5, 18).
EMPLEAR SIEMPRE UN ABOGADO, UN INTERCESOR
Cuando se va a hablar con una altísima autoridad conviene sobremanera hacerse acompañar de alguien que goce de gran estimación y buen nombre entre el alto gobierno, por ejemplo un senador, un familiar muy estimado por el gobernante, un amigo suyo etc. Algo parecido es lo que nos conviene hacer al dirigirnos al Altísimo Dios. Presentarnos a Él por medio del ser que más ama y más
estima, su amadísimo Hijo Jesucristo. Por eso el Redentor nos dejó esta bella promesa: “Todo lo que pidan en mi nombre, Yo lo haré (Jn 14, 13). Lo que pidan al Padre en mi nombre, Él lo concederá” ( J n 15, 16). Cualquier favor que deseamos obtener del Padre Celestial supliquémoslo siempre diciéndole que lo pedimos en el nombre de su amado Hijo Jesucristo. Y a Jesús digámosle que le suplicamos en nombre de su amadísima Madre y de los santos. Así, apoyados por tan poderosos abogados e intercesores seremos escuchados con mayor seguridad.
La oración irresistible: Es la oración perseverante, la oración de quien no se cansa de suplicar la ayuda divina. Jesús nos cuenta en el Evangelio (cf. Lc 18) que una viuda a base de no cansarse de rogar y de suplicar, obtuvo que un juez malvado y frío le hiciera justicia y le librara de un enemigo que le quería dejar en la
miseria. Y añade al Señor: “Si esto lo hizo un hombre malo y frío, ¿cuánto más hará mi Padre Celestial si no se cansan de suplicarle?”.
La que no aguardó. Una señora fue a una familia rica a pedir un vestido para su hijita que era muy pobre. Aquellas gentes se pusieron a buscar en los armarios el mejor vestido que tenían, pero cuando bajaron al primer piso ya la mujer se había ido creyendo que no le iban a dar nada. Le faltó saber aguardar.
Pero ¿y si tarda demasiado? Uno de los peligros para nuestra oración consiste en que si Dios demora bastante en concedernos lo que estamos pidiendo, nos desanimemos y dejemos de rogarle. Es necesario que nos repitamos hasta la saciedad la noticia tan hermosa que nos contó san Pablo: “Dios tiene poder y bondad para darnos mucho más de los que nos atrevemos a pedir o a desear”
(Ef 3, 20). Si Él quiere y puede ayudar ¿por qué dejar de pedirle sus ayudas? Partimos siempre de un principio: “Aquel a quien pedimos es Todopoderoso”. “Dios nos oye, dice san Juan, y si nos oye nos ayuda” (1Jn 5, 14).
¿Y sí la gracia que le pedimos no nos conviene? En este caso Dios que es infinitamente sabio y bondadoso nos concederá entonces otras gracias y ayudas que sean más útiles y provechosas. Pero lo cierto es que siempre cumplirá aquello que prometió por medio de su profeta: “No han terminado de hablar en su oración, y ya les estoy enviando una respuesta en su favor” (Is 65, 24).
¿Y si somos indignos de ser escuchados? Cuando Dios parece no querer hacer caso a nuestras peticiones debemos humillarnos y reconocer que somos indignos
de que Él nos oiga y nos ayude, pero no nos quedemos en el recuerdo de nuestras miserias y maldades sino más bien pensemos en cuán grande es su misericordia y su admirable generosidad y que Él nos ayuda no porque nosotros somos buenos sino porque Él es bueno; y estemos seguros que cuanto mayor sea nuestra confianza en la misericordia divina, tanto más grandes serán los favores que conseguiremos de Nuestro Señor. De quien tiene mayores riquezas y más generosidad se pueden obtener más ayudas que de uno que es pobre y tacaño.
Pero ¿quién más rico, más generoso y más buen amigo nuestro, que el mismo Dios? Nuestro Creador no necesita que le “informemos” acerca de lo que necesitamos pues “bien sabe el Padre Celestial todo lo que necesitáis” (Lc 12, 30) pero quiere que acudamos a Él para confiarle plenamente lo que nos está haciendo falta y que dejemos en sus manos la solución, aceptando su santa voluntad. San Juan Crisóstomo dice: “No hay creatura más poderosa que la que ora con fe, porque tiene a su favor una promesa infalible que dice: “Pedid y se os dará”.
Jesús no puso límites a lo que Dios nos va a conceder. A nosotros nos toca no tener miedo en pedir, aunque lo que pidamos sea tan raro como pedirle a un árbol o a un monte que se arranque de donde están y se lancen al mar (Mc 11, 23).Orar sin tanto afán. Es necesario no profundizar tanto en los problemas. De tanto rasguñar una herida se va enconando más y más. Dejemos que Dios actúe. Dejemos tanto miedo. El miedo no está bien en quien confía en la bondad del Señor. No nos dediquemos a analizar tanto los problemas ni a querer resolverlos
nosotros solos. Dejemos que Dios los resuelva. No pedir sólo lo material. Dice la gente: “Crecen para que se me solucione tal o cual problema”. ¡Muy bien! Pero ¿por qué no piden también: recen para que yo me convierta? Si esto sucede, se cumplirá lo que anunció Jesús: “Todo lo demás se nos dará por añadidura”. La mejor oración es la que parte del deseo de agradar a
Dios, del deseo de salvar almas, del anhelo de lograr la propia conversión y la de muchos más. Nada hay que más agrade a Nuestro Salvador que esto. Y sí le pedimos estas gracias estará siempre dispuesto a responder a nuestra oración.
“CUANTO PIDAN EN LA ORACIÓN, CREAN QUE YA LO HAN RECIBIDO, Y LO OBTENDRÁN” (MC 11,24)