Compartir con Jesús un recuerdo doloroso

Los recuerdos dolorosos nos han herido no solo física sino psicológicamente. Un amigo casi no puede hablar en público desde el momento en que se burlaron de él en la escuela primaria por haber dado una respuesta equivocada.

Para curarse física y psicológicamente en la confesión, aceptamos mostrar, a fin de que sean curadas, no solo las heridas mismas sino también lo que las causó. Cuando aceptamos que no hablamos en público como Cristo quisiera nos referimos a la herida, pero cuando confesamos que no hemos perdonado a la persona que se burló de nosotros en la escuela estamos tocando la causa misma.

Al final del Post encontrarás una guía útil para sanar los recuerdos dolorosos con Jesús.

Una mamá se confiesa una y otra vez de que se impacienta con su hijo. Una esposa, de que no hace su quehacer. Un marido, de que contradice continuamente a su esposa. La verdadera curación llegó a estas personas después de que trataron los recuerdos del pasado que los llevaba a obrar de esas formas.

La madre se dió cuenta de que cuando más impaciente estaba con su hijo, era cuando había alguna visita. Esto la llevó a entender que su verdadero problema no era ser impaciente con su hijo, sino más bien el miedo a ser rechazada por sus amigos, por el comportamiento de su hijo. Después que volvió con Jesús a los sucesos pasados en que se vió rechazada, y una vez que los hubo perdonado como Jesús, no solo se vió menos amenazada por el miedo al rechazo sino que también se mejoró notablemente en sus impaciencias con su hijo.

Una esposa en estado depresivo que se acusaba de no cumplir con sus quehaceres volvió a la ocasión en que empezó a obrar así. Y descubrió que su actuación se repetía esquemáticamente desde que había perdido un hijo antes del parto, nueve años atrás. Su depresión disminuyó al compartir con Cristo este recuerdo, y al perdonar junto con ÉL a la institución religiosa que afirmaba que lo que le había pasado era un castigo de Dios.

Un esposo se quejaba de que siempre contradecía a su mujer, aunque ella estuviera en lo correcto. Un día se sorprendió respondiendo a su esposa en la misma forma en que su madre le respondía a él. Tenía miedo de que así como su madre no lo había nunca escuchado, tampoco lo haría su esposa. Antes de que pudiese ser franco con ella, tuvo que compartir primero con Jesús estos recuerdos dolorosos entre su madre y él.

Una vez que encontramos la raíz del recuerdo, la compartimos con Cristo como lo hicieron los discípulos de Emaús. Cristo no los regañó por estar tristes, sino que trató la causa de su depresión. Le explicaron lo que había pasado en Jerusalén, como se habían sentido y las consecuencias de todo aquello para el pueblo. (Lc. 24,13). Al tomar de nuevo el acontecimiento con Cristo, no lo vieron ya sólo desde sus perspectivas limitadas, sino desde la de Cristo lo hizo. Un perdón desde las entrañas, que traía la curación. No caminaron más con rostros tristes, sino con corazones ardientes.

Nosotros también, como aquellos peregrinos, hablamos con Jesús sobre los recuerdos que nos impulsan a obrar por miedo, o por el sentimiento de culpa o por sentirnos heridos.

Así como nos medicinamos al mismo tiempo que oramos, para curarnos físicamente, así también usamos lo que sea útil en la psicología junto con la oración para curarnos del miedo, de la culpa o del dolor. Al poner a Cristo en contacto con estos recuerdos nos damos cuenta de lo que necesitamos perdonar desde lo más íntimo. 

Puede ser que nos demos cuenta del recuerdo que está en la raíz de nuestras reacciones. Pero si no, no tratemos de escarbar para encontrarlo. No se trata de una búsqueda o de hacer ejercicio; se trata más bien de PERMITIR que el ESPIRITU SANTO aclare los recuerdos dolorosos que quiere curar. A veces nos mostrará la raíz del recuerdo haciéndonos ver cuándo empezamos a obrar así; como por ejemplo, aquella mujer vió que sus problemas se desarrollaban a partir de que perdió a su bebé. En otras ocasiones nos hará ver que hay una repetición esquemáticas de nuestros actos equivocados, por ejemplo, la impaciencia al prepararse para recibir una visita; o puede hablarnos de las personas que nos trataron de la misma manera incorrecta. Sea en una forma o en otra debemos escuchar lo que nos dice sobre el recuerdo que nos ata.

Quizás tenemos miedo de que el Espíritu nos recuerde algo que hemos enterrado desde hace mucho tiempo, pero si Dios quiere que salga a la luz es por que estamos listos para afrontarlo. Por eso no es bueno buscar en nuestro pasado nosotros solos, sin Jesús. Recordemos que EL nos creó, nos conoce mejor que nadie y sabe cuando estamos o no listos para afrontar una situación dolorosa del pasado.

No sólo es un ejercicio de la imaginación. Mas bien tiene el mismo objetivo que las partes de la contemplación, en la oración, en que recordamos lugares, personas y cosas, a fin de compartir más íntimamente con Cristo, determinada situación, sintiendo así su experiencia.

Por ejemplo, el esposo que contradice a su mujer, puede revivir el recuerdo doloroso de su madre, quien constantemente le corregía. Podrá recordar a los muchachos burlándose de él, cuando su madre lo envolvía con una campera un día frío, a pesar de sus protestas. Parecía que nunca escuchaba lo que su hijo le decía, y menos escuchaba a sus amigos que lo llamaban: “el pequeño de mama” y le decían que fuese a jugar con sus muñecas y no lo invitaban a sus juegos de pelota. El enojo y el orgullo hicieron que ahora tratase a los demás como él había sido tratado, incluyendo desde luego a su esposa. Todo este dolor, enojo, soledad, rebelión, y necesidad de vengarse, deben ser entregados a CRISTO para su curación. ÉL escuchará todo, aún las silenciosas palabras de unos puños desafiantes.

Así como los discípulos de Emaús expresaron el fracaso que experimentaban, también este marido expresa lo que sintió con relación a su madre y a la situación que vivió. Es muy importante que expresemos a Cristo lo que verdaderamente sentimos, a fin de que empecemos a ver con Sus ojos, lo que necesita ser curado.

El mal espíritu nos tienta con frecuencia, ya sea para que neguemos totalmente nuestros sentimientos de pesar, enojo y ansiedad, o para que no le demos tanta importancia, antes de pedirle a Jesús que nos responda. Pero, como lo hizo con los peregrinos que iban de camino, Cristo quiere darnos todo el tiempo que necesitamos, para ponernos en contacto con nuestros sentimientos, antes de que EL nos responda. El enojo y otros sentimientos semejantes no son ni buenos ni malos. Dependerá de lo que hagamos con ellos, sea que nos hagan cerrarnos o nos permitan abrirnos. Lo equivocado no está en sentir enojo cuando nos levantan una infracción, sino en pelearnos con el agente. La Sagrada Escritura subraya esta misma distinción entre los sentimientos neutrales y la conducta moral: “enojate, pero no peques….” (Ef. 4,26)

Al estar en contacto con nuestro enojo o con nuestros sentimientos innobles, aumentamos la posibilidad de que curen, porque captamos si es una situación o la otra la que causa tales sentimientos, y podemos así pedir ser curados de este recuerdo. Una vez que se asoma a la superficie pasamos a Cristo el enojo y otros sentimientos a cambio de los suyos.

Recuerdo a una persona que se apartó totalmente de Dios, después de que un amigo íntimo murió. Tal muerte lo confirmó en su creencia de que Dios no se preocupaba de nosotros. Antes de que pudiese volver a relacionarse con Dios, fue necesario que se presentara frente al Santísimo y que le gritara con enojo como los salmistas.

Quizás nos parezca fuera de lugar el que manifestamos a Cristo claramente lo que sentimos. Peros Jesús mismo expresó a menudo sus sentimientos mas entrañables orando al Padre. Casi a punto de desesperarse en Getsemani pidió al Padre que apartase de EL tal sufrimiento. Era el grito de un hombre, “que siente en el alma una tristeza mortal” (Mc. 14,34-35)

Y finalmente, en el momento de su muerte gritó:” Dios mío, Dios mío,¿por qué me has abandonado?”(Mc. 15,34). Estando en contacto con sus propios sentimientos, Jesús pudo perdonar al buen ladrón desde lo más profundo de su propio corazón.(Lc 23,29). Sólo cuando podemos estar en contacto con nuestros sentimientos, podremos perdonar como Cristo lo hizo.

COMO CURAR LOS RECUEROS:

En forma de oración y muy lentamente ve hacia atrás en tu vida a los momentos en que fuiste herido:

  1. En un papel, dibuja un cuadrado, dentro de él, escribe los nombres de 5 personas que te hayan hecho daño ( piensa en aquellas a quienes temes, evitas o juzgas muy duramente)
  2. Pon en un circulo aquellas que ya no están cerca de ti. Escoge a uno de éstos y dile a Cristo cómo te sientes. Sé muy sincero y muéstrale todo.
  3. Cuando puedas ver por qué esa persona pudo haberte herido, traza una línea vertical en medio de su nombre (indicando las otras presiones que tal persona enfrentaba).
  4. Cuando sientas que ya puedes decir lo que Cristo hubiera querido decirle, traza una línea horizontal sobre su nombre .
  5. Cuando puedas ver que tú también eras parte del problema y puedas, sin embargo, perdonarte, como Cristo lo haría , haz la mitad de una X en su nombre.
  6. Cuando puedas ver que algún bien deriva de la herida ( piensa en 5 por lo menos), haz la X completa. Cuando puedas pensar en un puente a construir hacia él, dibuja un triángulo alrededor de su nombre. Ya haz empezado a perdonarle y a perdonarte, y permite que Dios cure todo el acontecimiento.
  7. Agradece a Cristo por esta madurez y por el principio de la curación.
  8. Escoge otra herida y repite todo el proceso.
  9. Entrégale todo a Cristo en confesión, pidiéndole perdón y curación de las relaciones.
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