El nacimiento de Jesucristo fue así:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de que vivieran juntos, quedó embarazada por virtud del Espíritu Santo. José que era un hombre justo y no quería denunciarla, decidió dejarla en secreto. Estaba pensando en esto, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no tengas ningún reparo en recibir en tu casa a María, tu mujer, pues el hijo que ha concebido viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. (Mt. 1,18-21).
Notemos la meticulosidad con que Mateo nos narra estos hechos. Es muy importante saber con exactitud cómo se desarrollaron las cosas, para ratificar dos verdades de fundamental importancia salvífica: que Jesús es verdaderamente Hijo de Dios, concebido por obra del Espíritu Santo y verdadero Mesías prometido, en quien se han realizado todas las profecías.
En particular: que debía ser un descendiente de David y que sería concebido por una virgen. Estos son los fines que se propone Mateo, por lo que parte de un hecho que es cada vez más evidente después de los tres meses que María ha pasado en casa de Isabel: José se da cuenta de que su mujer está embarazada.
¡Que días tan dramáticos, de dudas atroces, debe haber pasado este joven esposo! Hombre justo, deseaba celebrar un santo matrimonio conforme a la ley de Moíses; lo había contraído con la certeza de haber encontrado a la esposa ideal, por la que sentía una estima y un afecto inmenso. José sufrió mucho, no entendía, pero a pesar de todo no denunció a María.
Por otro lado, nos asombra el silencio de María; pero si reflexionamos sobre su personalidad, sobre su modo de comportarse, no nos debería sorprender y entenderíamos que su silencio le sugirió el comportamiento más razonable que podía adoptarse en aquella ocasión.
También Ella debe haber sufrido un dolor tremendo. Leía en el rostro de su esposo, cada vez más marcados, la duda, el sufrimiento y la incertidumbre sobre lo que había que hacer, pero estaba convencida de que no le correspondía a ella intervenir. Lo que había sucedido en Ella era extraordinario y la actuación más grande del plan divino. Revelarlo y hacerlo comprender no era deber suyo; un hecho tan extraordinario pertenecía al Padre que le había enviado el ángel.
Por eso calla y espera. Cuando callar y esperar son las cosas que más cuestan. Admiramos el silencio de María, pero el silencio de Dios nos desconcierta. Con Isabel había bastado el sonido de la voz de María para que el Espíritu le revelase todo¡Cuanto habrá sufrido José por el silencio de María! Pero ¡Cuanto habrá sufrido María por el silencio de Dios!
Poco a poco José va madurando la decisión más dolorosa de todas: está convencido de que se halla ante un misterio, un hecho más grande que él. Es mejor romper con todo. Decide dar a su esposa el libelo de repudio de la forma más delicada posible, en “secreto”. El libelo de repudio era considerado una garantía para la mujer, que así podía casarse de nuevo.
Solo entonces, cuando José había llegado a tomar esa decisión en medio de tanto sufrimiento, llega el ángel para revelarle la verdad. Seamos sinceros; nosotros nos preguntaríamos:¿Porque Dios no ha mandado antes el ángel?¿Porque ha permitido que sufrieran tanto aquellos esposos, amados y predilectos? Creo que eran los mismos motivos por lo que el Padre exigió al Hijo el sacrificio de la cruz. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. El Señor nos pide que hagamos su voluntad, no nos pide que comprendamos sus motivos, con frecuencia superiores a nuestras facultades terrenas.
En este punto podemos comprender la dicha de José. ” No tengas ningún reparo en recibir en tu casa a María, tu mujer” le ha dicho el ángel. Ya no sentía ningún temor: acudiría tan rápidamente como le permitieran sus fuerzas donde María para decirle que ahora sabía todo, que todo estaba claro; se apresuraría a fijar el día del casamiento, después de tanto temor por tener que renunciar a su amadísima esposa, ahora tendría la certeza de que nunca se separaría de ella. También para la Virgen sería el final de una pesadilla y daría gracias a Dios, que había premiado así su confianza, su abandono.
Pero estas son solo consideraciones personales, humanas. Lo que comprendió José era muy diferente. Comprendió que su esposa era nada menos que la Madre de Dios; que él era el afortunado descendiente de David por medio del cual se realizarían las profecías mesiánicas; que su matrimonio con María era algo completamente distinto de lo que se imaginaba. Dios le confiaba a él las personas más queridas y preciosas que existieron jamás: Jesús y María. Comprendió y aceptó con gratitud su rol, del que se habría sentido absolutamente indigno.
REFLEXIONES
Sobre María: la maternidad divina no la libró del sufrimiento. Tal vez, la duda de José y la incertidumbre sobre sus decisiones constituyeran su gran sufrimiento; pero mucho mas grandes y continuas serán las futuras. Con razón nos hace notar Santa Teresa de Ávila que el Señor envía más cruces a los que mas ama. Su elección no le dio tampoco a la Virgen una comprensión de los planes de Dios que la preservase de dudas, incertidumbres e interrogantes sin respuesta.
Sobre Nosotros: Con frecuencia el camino de nuestra vida sigue un curso del todo distinto de nuestras previsiones. José es para nosotros un gran modelo de disponibilidad. El Señor no está obligado a darnos explicaciones sobre su comportamiento. ÉL busca al que hace su voluntad, aunque a menudo no nos dice, ni hace comprender sus motivos. Unas veces nos exige una intervención activa; otras veces nos pide un abandono confiado: TENER PACIENCIA, CALLAR, ESPERAR, son virtudes que generalmente nos cuestan bastante más que actuar.